23.3.07

Raymundo Gleyzer: la esperanza quema

Néstor Kohan
Revista Casa de las Américas
No volví a saber de Raymundo hasta que llegó la noticia de su desaparición. Recordé entonces sus palabras, su vitalidad, su decisión. Y estaba seguro —como lo estoy ahora— de que algún día volvería a aparecer Raymundo en medio de su pueblo. Todo parece indicar que así ha de ser.
Tomás Gutiérrez Alea
Un cine de combate
Pocas personalidades de la cultura política latinoamericana resumen con tanta nitidez y contundencia las apuestas vitales de la izquierda revolucionaria. Aunque quizás menos celebrado y conocido que Rodolfo Walsh, el cineasta y militante guevarista argentino Raymundo Gleyzer (1941-1976) representa el escalón más alto al que llegó su generación. Repensar su obra, su vida y su militancia implica recuperar del olvido una perspectiva ideológica sepultada por el establishment intelectual argentino, aquella que vivió el cine como militancia y la cámara como un arma de combate.
El nombre de Gleyzer ha sido durante años sinónimo de todo lo prohibido y todo lo reprimido por la cultura oficial, su falso “pluralismo” y su simulacro “democrático”. En estas apretadas líneas de homenaje no nos interesa recordarlo como un cadáver “prestigioso”, una “víctima inocente” o un bronce de mausoleo repleto de hipócritas monumentos oficiales. Lejos de los lugares comunes y los golpes lacrimógenos a los que nos tiene acostumbrado el progresismo ilustrado y bienpensante del río de la plata, se nos impone rememorarlo como un militante revolucionario. Recordamos a Raymundo como alguien vivo e indomesticable, un hermano mayor del cual las nuevas generaciones debemos seguir aprendiendo.
Hijo de una familia judía argentina en cuya casa se fundó el célebre teatro IFT (ubicado en el popular barrio de Once de la ciudad de Buenos Aires), Raymundo recibió su nombre de un guerrillero francés —Raymond Guyot— asesinado por los nazis. Este joven rebelde trabajó desde muy chico y llegó a ser verdaderamente un grande, uno de los principales realizadores de cortos y largometrajes documentales, políticos y de ficción sobre Argentina y América latina.
Tanto él como su cine, silenciados, censurados y perseguidos con odio irracional, fueron durante décadas innombrables. Desde que fue secuestrado, salvajemente torturado y desaparecido a fines de mayo de 1976 muchos de sus films fueron inhallables. Símbolos de una rebeldía y una esperanza colectiva que había que borrar —literalmente— del mapa a sangre, tortura y fuego.
El guevarismo en la cultura argentina
Raymundo comenzó su temprana militancia en la juventud del Partido Comunista (PC). Esa fue su primera experiencia política. Pero aquel viejo reformismo no lo conformó. Por ello, conmocionado íntimamente por la vida y el pensamiento del Che Guevara, Fidel y por toda la Revolución Cubana (visitó la isla y tomó contacto con el ICAIC por primera vez en 1969), Raymundo se identificó rápidamente con el guevarismo. Desde allí se integró al PRT-ERP (Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo). Desde esa experiencia política generó uno de los grupos más radicales e iconoclastas en el ámbito de la cultura crítica argentina: el Cine de la Base.
Además de ser un militante, en su primera juventud del PC y luego del guevarista PRT-ERP, Raymundo Gleyzer también fue un camarógrafo de Telenoche, de Canal 7 y un realizador de documentales para la TV alemana y varias secretarías de turismo argentinas. Incluso fue uno de los primeros argentinos en filmar en las Islas Malvinas en los ’60, dos décadas antes de la guerra con Gran Bretaña. Esos materiales fueron utilizados en los documentales Malvinas, historia de traiciones (1985) de Jorge Denti y Hundan al Belgrano (1986) de Federico Urioste. Asimismo, tuvo a su cargo una de las cuatro cámaras de Adiós Sui Generis (1975, de Bebe Kamín, film que retrata el último recital del mítico conjunto de rock nacional formado por Charly García y Nito Mestre).
La filmografía de Gleyzer abarca entonces su producción militante —la más voluminosa y perdurable, realizada para la insurgencia guevarista— y también la obra “alimenticia” que si bien fue medio de supervivencia sin embargo reviste un interés más que anecdótico o coyuntural. Algunos de sus films más renombrados son: El ciclo (1963); La tierra quema (1964); Ceramiqueros de Tras la Sierra (1965); Nuestras Islas Malvinas (1966); Ocurrido en Hualfín (1965); Pictografías de Cerro Colorado (1965); Quilino (1966); México, la revolución congelada (1971); Comunicado cinematográfico del ERP (1972); Ni olvido ni perdón (1972); Los traidores (1973); Me matan sino trabajo y si trabajo me matan (1974), entre otros.
«Cine de la Base», en el camino de Guevara y Santucho
Su compromiso militante con la insurgencia guevarista del PRT-ERP lo llevó a agruparse junto con otros jóvenes revolucionarios en el «Cine de la Base», uno de los dos principales nucleamientos del cine político de aquellos años, paralelo al grupo «Cine Liberación» (que realizó La hora de los hornos), de Solanas y Getino. Con ellos Gleyzer mantuvo estrecha colaboración pero también duras polémicas. Sobre todo cuando aquellos cambiaron el final de la primera versión de La hora de los hornos (Raymundo la había visto en Venezuela y quedó muy impresionado) en 1973 —año en que el general Perón regresa a la Argentina luego de 18 años de exilio en el Paraguay de Stroessner, en la República Dominicana de Trujillo y en la España del generalísimo Francisco Franco—. El final original de este documental famosísimo tenía una imagen del Che Guevara de varios minutos acompañada por una voz en off. En el segundo final, trastocado en 1973, aparecían el general Perón y su tristemente célebre esposa Isabel Martínez, enrolada en el macartismo de la extrema derecha peronista. El grupo «Cine Liberación» se “aggiornó” al regreso del mítico líder moderando su anterior radicalismo político, mientras Raymundo Gleyzer y el Cine de la Base se mantuvieron firmes en la defensa de una perspectiva clasista y socialista, obrera y popular, aun frente al regreso del general.
Tanto Gleyzer como sus compañeros del «Cine de la Base» compartían la perspectiva ideológica de Mario Roberto Santucho, máximo dirigente del PRT-ERP. Santucho había publicado en 1974 un libro titulado Poder burgués, poder revolucionario donde analizaba toda la historia argentina —al calor de la Revolución Cubana y la Revolución Vietnamita—, polemizando con dos vertientes del campo popular: el reformismo del PC y el populismo de Montoneros. Mientras polemizaba en el terreno ideológico Santucho promovía (infructuosamente) la unidad práctica con estas corrientes políticas. Gran parte de las polémicas de Raymundo Gleyzer comparten ese mismo horizonte de sentido político.
Esas controversias ideológicas, políticas y culturales, no han quedado recluidas en el baúl de la memoria. Treinta años después, reaparecen hoy con otros ropajes, otras liturgias y otros vestidos. Aquellos que hoy encuentran en Raymundo Gleyzer y el «Cine de la Base» un paradigma cultural de coherencia política frente a los cantos de sirena del populismo, apoyan y militan junto a los movimientos sociales rebeldes (piqueteros, fábricas recuperadas, estudiantes) que resisten la cooptación estatal. En cambio, quienes se identifican con la herencia peronista del «Cine de Liberación» festejan la incorporación de un segmento piquetero al aparato de estado en tanto funcionarios ministeriales.
Tres décadas después de las encendidas polémicas que distanciaron entre sí a Raymundo Gleyzer y a Fernando Pino Solanas, en la Argentina del presidente Néstor Kirchner se pretende reflotar la vieja retórica nacional-populista, vertida ahora en el molde aggiornado de la centroizquierda “democrática”. Volvemos entonces a toparnos con la misma apelación tramposa al “movimiento nacional”, el mismo intento por canalizar institucionalmente y neutralizar la protesta obrera, el mismo sectarismo macartista que demarca entre “una izquierda racional y dialoguista” (la que acepta los dinerillos estatales y los cargos de funcionarios) y “una izquierda recalcitrante e irrecuperable” a la que se amenaza y se reprime (la que mantiene una perspectiva independiente frente al doble discurso del gobierno y el presidente Kirchner —que con una mano acaricia a Chávez y con la otra se fotografia en Wall Street con la bandera norteamericana de las estrellas y las barras) por negarse a aceptar las ofertas de cooptación en pasillos y oficinas ministeriales.
Ese debate abierto, que a caballo del envejecido y deshilachado populismo reformista hoy pretende reinstalarse en el movimiento popular argentino, vuelve a tener como protagonistas a dirigentes sindicales burocráticos y a intelectuales progresistas que terminan adulándolos y barnizándolos con un lenguaje de izquierda para hacerlos más digeribles y potables. Un viejo refrito —ya fuera de época y de lugar— de los antiguos mecanismos discursivos de la década del ’70 empleados por Jorge Abelardo Ramos o Hernández Arregui para legitimar a aquellos mismos burócratas que Raymundo Gleyzer caracterizó, sin más trámites, como “traidores”.
«Los traidores» y el cáncer de la burocracia sindical
Treinta años antes de que aparecieran en la palestra del movimiento piquetero personajes delatores y macartistas, ayer cómplices entusiastas del neoliberalismo y hoy voceros oficialistas del gobierno, Raymundo Gleyzer había realizado una impiadosa radiografía de la burocracia sindical argentina. El título que eligió para su film, hoy mítico, lo dice todo: Los traidores (el título original iba a ser Una muerte cualquiera). Ese film estaba basado en un cuento de Víctor Proncet, “La víctima”, que narraba un hecho verídico, el autosecuestro del dirigente sindical peronista Andrés Framini (aunque el título Los traidores ya había sido utilizado por el escritor comunista José Murillo en la novela homónima —publicada en 1968— donde relataba la traición de la burocracia sindical a una huelga metalúrgica).
En la película de Gleyzer Proncet encarnaba a “Barrera”, un burócrata sindical peronista, síntesis de Augusto Timoteo Vandor, Lorenzo Miguel y Andrés Framini, tres conocidos y emblemáticos dirigentes de la burocracia sindical. En el film “Barrera” se parecía físicamente a José Ignacio Rucci (otro paradigma del sindicalismo amarillo, macartista y burocrático), su había autosecuestrado como lo había hecho Framini, decía frases de Lorenzo Miguel y terminaba muriendo a manos de un atentado guerrillero como Vandor.
Al realizar cine político desde la ficción (incorporando a las imágenes del Cordobazo “La marcha de la bronca” del dúo de la canción de protesta “Pedro y Pablo”), Gleyzer apostó a la polémica y pensó el film para ser exhibido en fábricas y barrios, apoyándose en las corrientes clasistas de los sindicatos SITRAC-SITRAM (sindicatos de las empresas FIAT, afines al PRT y otras organizaciones revolucionarias), o en dirigentes sindicales como Agustín Tosco y René Salamanca (el primero muerto en la clandestinidad en 1975, el segundo secuestrado y desaparecido en 1976). Incluso Gleyzer planeó volcar Los traidores en fotonovela, para que circulara en un público más amplio.
Su otro gran film político —aunque todos fueron importantes— es México, la revolución congelada, donde trata la institucionalización del proceso político mexicano, el populismo represivo del PRI, el doble discurso permanente de sus dirigentes (similar al del peronismo en Argentina), la explotación de los indígenas, la matanza de Tlatelolco, el papel sumiso y obediente de aquella “izquierda” que con lenguaje progresista y durante décadas legitimó al PRI, incluyendo la matanza de 1968, y el papel nefasto de la sempiterna burocracia sindical. Cabe destacar que en el film de Raymundo aparece retratada la miseria de Chiapas, varias décadas antes de que surgiera el neozapatismo en los ’90.
El secuestro y la desaparición de Raymundo
Luego de años de silencio inducido y “olvido” fabricado comienzan a surgir libros, grupos de estudio, casas de cultura, talleres de video y películas que recuerdan a Raymundo Gleyzer. Entre otros merecen destacarse el excelente libro El cine quema de Fernando Martín Peña y Carlos Vallina y el formidable largometraje documental Raymundo de los jóvenes realizadores Virna Molina y Ernesto Ardito. En ambos casos, junto a documentos políticos de la época y a los testimonios de militantes y combatientes guevaristas que lograron sobrevivir al exterminio genocida de los militares argentinos, aparece retratado el Gleyzer padre, el amante, el amigo, el inquieto documentalista trotamundos, el revolucionario, el intelectual, con todas sus contradicciones, sus miedos, sus angustias, sus dudas, sus alegrías y su compromiso.
El cineasta fue secuestrado pocos días después del escritor Haroldo Conti quien, junto con el periodista Enrique Raab, el profesor Silvio Frondizi y el propio Gleyzer, también adhirió al guevarismo del PRT-ERP. Conti y Gleyzer estuvieron en el campo de concentración El Vesubio y el cineasta también habría estado prisionero en el destacamento Güemes, cerca del barrio de Ezeiza. Secuestrados y prisioneros que lograron sobrevivir a la represión relataron que los militares torturaron salvajemente a Raymundo. En sesiones de tortura, le habrían cortado los ligamentos de los pies e incluso habría quedado ciego. Mientras a Silvio Frondizi lo asesinó en 1974 la Triple A, Raab, Conti y Gleyzer permanecen desaparecidos. La dictadura militar fue impiadosa con todos los revolucionarios, especialmente con los de origen marxista y guevarista a los que siempre clasificó como “irrecuperables”.
Varios directores del mundo iniciaron en los festivales de cine una campaña mundial por la liberación de Gleyzer. Entre otros escritores García Márquez escribió una carta pidiendo su aparición con vida. Mientras tanto, el 1 de junio de 1976 Alfredo Guevara, Walter Achugar, Miguel Littin, Carlos Rebolledo y Manuel Pérez publicaron una declaración del Comité de cineastas latinoamericanos reclamando por su libertad. Entonces la CIA informó, legitimando de hecho el secuestro y las torturas, que según su “expediente” en Buenos Aires, en su casa había albergado a refugiados chilenos perseguidos por el general Pinochet. Su mamá se convirtió a partir de allí en una Madre de Plaza de Mayo. En el momento del secuestro Raymundo tenía apenas 35 años.
Ejemplo y paradigma para las nuevas generaciones
Lautaro Murúa, uno de los actores de Los Traidores, lo rememora cálidamente afirmando que: “A Raymundo lo veo como alguien muy valiente y romántico, algo que se repetía en miles de muchachos de su edad”. Una caracterización sobre su vida que quizás sintetice a toda su generación.
Lo que Gleyzer generó en la cultura argentina y latinoamericana excede los circuitos del universo cinematográfico. Su obra también expresa que se puede vivir de otra manera. Que los cálculos, el egoísmo, las mezquindades y la mediocridad tan habituales en nuestros días, no están en el corazón del ser humano. Son apenas un triste producto histórico. El compromiso vital de Raymundo también demuestra que cuando el estudio y el talento van acompañados de una ética inquebrantable y de una militancia insobornable, la cultura puede transformarse en una arma explosiva contra el poder. Y que eso siempre tiene un costo. Raymundo Gleyzer estuvo dispuesto a pagarlo hasta con la vida. Conocía el peligro que corría. Fue un militante y un combatiente. Uno de los mejores. De los que no se olvidan. De los que luchan toda la vida. Un imprescindible, como planteaba Bertolt Brecht.
Su sacrificio no fue en vano. Nuevas generaciones de jóvenes militantes —cineastas y documentalistas, pero no sólo ellos— hoy vuelven a retomar en las calles y en los barrios, en las luchas piqueteras y en las fábricas recuperadas, en el estudiantado y en todo el movimiento popular argentino las mismas banderas y los mismos ideales del Che Guevara por los que Raymundo luchó y entregó su vida.
(*) Néstor Kohan es docente e investigador de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Coordinador de la Cátedra Che Guevara en la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo (UPMPM). Fue jurado de Casa de las Américas, “Pensar a Contracorriente” y el Doctorado de la UBA. En Argentina ha publicado una docena de libros sobre el marxismo, tres de ellos reeditados en Cuba.

14.3.07

Silvio Rodríguez:"En el capitalismo siempre es posible vender, pero se hace difícil obsequiar"

Declaraciones de Silvio Rodríguez tras el revuelo mediático luego de cancelar un concierto en Chile

Ernesto Juan Castellanos
La Jiribilla
El músico cubano considera que se trata de una campaña política contra Cuba
El cantautor cubano Silvio Rodríguez se enfrenta a lo que pudiera convertirse en una batalla legal luego de que dos abogados chilenos presentaran cargos contra él y la compañía productora Multimúsica una vez que el músico decidiera cancelar un concierto programado el jueves pasado en la ciudad de Talca, a unos 255 kilómetros al sur de Santiago de Chile.
Silvio decidió cancelar el concierto al conocer que las entradas se habían vendido a precios muy elevados. Las 1030 entradas se vendieron en taquilla entre 42 y 60 mil pesos chilenos, el equivalente a unos $80-110 USD.
“Los abogados presentaron un recurso por supuesta violación de la Ley (chilena) del Consumidor, recurso que aún no ha sido atendido por los tribunales”, dijo el trovador a La Jiribilla este fin de semana. “Ellos han anunciado que si esta acción es considerada pertinente entonces presentarán una demanda económica. O sea que, hasta ahora, todo no es más que ‘revuelo mediático’ y estamos esperando a ver qué sucede”.
Talca se encuentra en una de las regiones más pobres de Chile, y Silvio consideró que “las entradas en este lugar eran muchísimo más caras, o más bien más prohibitivas. Incluso el concierto de Viña del Mar fue más accesible”, dijo. Varios docenas de seguidores del músico cubano que deseaban asistir al concierto pero que no podían pagar las elevadas tarifas de las entradas enviaron cartas de protesta al ayuntamiento de Talca diciendo que los precios eran “una vergüenza y una burla” a la gente de pocos ingresos.
“El concierto se suspende por decisión mía, al conocer las reiteradas manifestaciones de disconformidad por los precios de las entradas, a pesar de haberse vendido todo el teatro”, señaló Silvio Rodríguez en un comunicado difundido a través de su compañía productora. “Pido disculpas a las personas que pagaron 1.030 entradas y a la producción por los inconvenientes que mi decisión pudiera causar”.
Pero aún así, los abogados Rodrigo González y Eduardo del Campo presentaron una demanda ante la Corte de Apelaciones de Talca en representación de la gente que había adquirido boletos. Y la prensa chilena hizo del hecho un gran revuelo mediático.
“Hay quienes han tratado de politizar mi decisión, pero no es sino una decisión ética y humana”, declaró Silvio este domingo al periódico La Nación. “Y desde que acordamos con la productora hacer estos conciertos, con la oficina de la Presidencia, pensamos en hacer un concierto gratuito.”
Silvio arribó a Chile el pasado 1ro de marzo, luego de ofrecer un concierto en Perú con el grupo Trovarroco, donde la Universidad de San Marcos, en Lima, le confirió el título Honoris Causa. Luego presentó tres exitosos conciertos en Santiago de Chile y otro en la ciudad costera de Viña del Mar. Y poco antes del concierto en Talca se enteró de que los precios de las entradas eran realmente exorbitantes.
“Realmente no me di cuenta de que las entradas en este lugar eran muchísimo más caras, o más bien más prohibitivas”, dijo a La Nación. “Incluso el concierto de Viña del Mar fue más accesible. Lo que me motivó a suspenderlo es ver la reacción que producía, incluido una serie de cartas que se publicaron en la prensa. Después de haber tenido conciertos tan hermosos, me parecía que era empañar esta última parte, además de ser justos los reclamos de la gente, porque los precios eran exagerados.”
Desde un mes antes de su visita a Chile, el autor de temas como Rabo de nube y Unicornio, les había sugerido a los organizadores de la gira la idea de ofrecer un concierto gratis. Y también lo hizo saber en la conferencia de prensa que diera a su llegada, luego en una reunión con varios artistas, intelectuales, amigos y políticos chilenos, incluida la ministra de cultura, Paulina Urrutia; y finalmente en su reunión en el Palacio de la Moneda con la presidenta Michelle Bachelet.
“Le dije a la presidenta que había que buscar una solución legal para que los que visitáramos Chile pudiéramos hacer al menos un concierto gratuito, con facilidades. O sea, que algún organismo estatal asuma la infraestructura que necesita un concierto, y darle facilidad a los productores para que todo se haga de cara a una cultura popular. Con esto me di cuenta que había una discusión soterrada sobre el precio de las entradas de los conciertos en el país”, dijo.
“La respuesta fue que no podía hacerlo en Santiago porque podía ser demandado en nombre de la mismísima Ley del Consumidor”, dijo Silvio a La Jiribilla este fin de semana. “Esto es porque estaba haciendo tres conciertos en Santiago, a través de una empresa profesional y alguien se podía quejar. Por esto la oficina de la Presidencia nos ofreció hacer el concierto gratuito en otra ciudad, pero la agenda tan apretada lo hacía prácticamente imposible.”
El máximo exponente de la Nueva Trova cubana ha visitado Chile en diez ocasiones. La primera vez fue en septiembre de 1972, durante el gobierno democrático del presidente Salvador Allende, cuando ofreció varios conciertos gratis. Luego, la sangrienta dictadura de Augusto Pinochet lo mantuvo prohibido durante varios años, lo que aumentó, aunque de manera clandestina, la popularidad del músico cubano. Entonces regresó en 1990 para dar un concierto junto a Chucho Valdés e Irakere frente a un público de 80 mil personas. Tres décadas luego de la muerte del presidente Allende, Silvio volvió a Chile a cantar gratis; hizo lo mismo luego para un concierto tributo al Che Guevara; y, aún una vez más, cuando Inti-Illimani cumplió treinta años.
“La gente suele tener mala memoria, y cuando hay intereses de por medio éstos impiden que la buena memoria florezca”, declaró Silvio a La Nación. “Ahora creo que se quiso politizar esta visita con el pueblo chileno. Esa politización no es contra mí, sino contra Cuba.”
“Deberías analizar lo que sucedió en los diez días anteriores a este ‘revuelo mediático’ negativo”, dijo a La Jiribilla. “Un concierto resonante en Lima, donde además la Universidad de San Marcos (decana de América) me trató con honores. Después tres conciertos seguidos y repletos en Santiago de Chile, y uno igualmente espléndido en Viña del Mar.”
“No dudo que algunos piensen que había que parar tanta bondad”, agregó.
Sin embargo, líderes de varias organizaciones políticas y sociales chilenas, así como activistas por los derechos humanos, apoyaron la decisión de Silvio de cancelar el concierto de Talca debido a los altos precios de las entradas.
“Silvio nos dio a los chilenos un ejemplo de ética y humildad al decidir no presentarse”, señaló a Prensa Latina Manuel Jacques, presidente de la Izquierda Cristiana chilena. “Uno de los derechos fundamentales que tienen los pueblos es el acceso a la cultura y la recreación, y es deber del Estado asegurar ese derecho”, agregó.
Juan Andrés Lagos, dirigente del Partido Comunista de Chile, dijo que Silvio nos dejó como enseñanza que “el hombre no sólo vive del dinero, también vive de la dignidad y la decencia”. Patricia Silva, presidenta de la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos, se manifestó en contra de la demanda por infracción a la Ley del Consumidor contra el trovador cubano, y afirmó: “el mundo de los derechos humanos está y siempre estará con Silvio Rodríguez y con lo que él representa”.
Por su parte, Carlos Lagos, presidente de la Coordinadora de Solidaridad con Cuba expresó: “Qué digna y ética la actitud y propuesta de Silvio. Eso demuestra a qué pueblo representa y la diferencia de otros que miden políticamente si es o no oportuno aceptar esa propuesta”. Elizabeth Henríquez, concejal de Lo Espejo, una de las comunidades más pobres de la capital, agradeció a Silvio por su propuesta de realizar un concierto gratuito. “Nosotros, los más pobres, no podemos pagar altas sumas de dinero para ir a ver a nuestros artistas. Ese dinero es la mitad de lo que gana al mes un obrero”, afirmó.
“Sin embargo”, dijo Silvio a La Jiribilla, “estas declaraciones de personalidades chilenas, “han sido cuidadosamente silenciadas por el ‘revuelo mediático’.”
Silvio, quien considera al público chileno como “pasional y desbordado”, ya planea otro concierto en Chile para el año 2010, cuando celebre el veinte aniversario de aquel masivo y exitoso concierto en el Estadio Nacional, la mayor cantidad de público que haya tenido en la nación suramericana.
Ante la pregunta de La Jiribilla si éste sería un concierto gratis, el trovador cubano afirmó: “A menos que sea una iniciativa estatal, un concierto gratis en ese sitio sería muy difícil de realizar, por los costos. En una plaza pública sí sería posible hacerlo gratis, porque es de la ciudad y no sería necesario alquilarla. En todo caso sería un concierto con entradas muy populares. En el capitalismo siempre es posible vender, pero se hace difícil obsequiar”.

13.3.07


Gramsci en la América Latina actual

Daniel Campione
Revista Barataria
El pensamiento gramsciano sigue siendo una guía insustituible a la hora de emprender una reformulación del mundo social entendido como una totalidad, aspiración situada en la base misma del proyecto socialista original.
Al plantear la necesidad de encarar la especificidad de la problemática ético-política sin abandonar la 'estructural', al desarrollar el concepto de hegemonía en un sentido complejo y multidimensional, G señalaba el camino para un proyecto que no se inclinara a descubrir una sola clave de la sociedad existente para impugnarla desde allí.
En un justificadamente famoso pasaje de su obra carcelaria, Gramsci da quizá la mejor definición de "hegemonía". Señala que una clase alcanza el más elevado grado de homogeneidad, autoconciencia y organización cuando "...se alcanza la conciencia de que los propios intereses corporativos, en su desarrollo actual y futuro, superan el círculo corporativo...y pueden y deben convertirse en intereses de otros grupos subordinados." De ese modo la lucha pasa del plano corporativo al 'universal' "...creando así la hegemonía de un grupo social fundamental sobre una serie de grupos subordinados."
Es en el propósito de construir una hegemonía distinta y antagónica a la actual, una "contrahegemonía" que ascienda desde abajo, que se encuentra un eje fundamental de la obra del pensador italiano. Puede afirmarse que, en lo sustancial, la América Latina actual se enfrenta a similar problema.
Hay una afinidad relevante entre la época de Gramsci y la presente, que insufla actualidad a sus planteos: la sociedad capitalista atraviesa una crisis de enormes proporciones, pero ésta no aparece como terminal, y son muchos los indicios de que una 'sobrevida duradera' aguarda al capitalismo.
La 'revolución en Occidente'; y América Latina lo es en los términos definidos por Gramsci; de una sociedad compleja y con vasto desarrollo de la sociedad civil, requiere un trabajo mucho más prolongado y denso de organización de la propia masa, y paralela desorganización del enemigo, de configuración y expansión de una visión del mundo, acompasada con la formación de los 'intelectuales orgánicos' de las clases que aspiran a refundar la sociedad. Las 'superestructuras de la sociedad civil' resultan el terreno privilegiado de la lucha de clases. La revolución no es un acto 'taumatúrgico', un vuelco repentino de una situación, sino un proceso de construcción social prolongado, surcado por múltiples mediaciones, atravesado por avances, retrocesos y 'desvíos'.
Ello indica la necesidad de involucrar al conjunto de la sociedad y no a una minoría, el requerimiento de la 'concentración inaudita de hegemonía' necesaria para vencer, entraña la acumulación de poder requerida para plantear seriamente la disputa hacia una 'reforma intelectual y moral'. Plantearse la 'guerra de posiciones' significa abandonar toda idea de avance sobre el poder con un esquema de tipo estrechamente 'jacobino'. Y ello no puede resolverse con un proceso de reformas pacífico y gradual, como han propuesto muchos. Se trata de un camino más difícil y costoso, de una complejidad mucho mayor en cuanto a los factores que intervienen.
Los movimientos revolucionarios latinoamericanos se han caracterizado en su mayoría, al menos hasta la década de los 70', por una concepción del tipo 'guerra de movimientos'´ y adolecido de una visión unilateral, limitada, de la dominación de clase, que tendía a minimizar el rol de los procesos que se subsumen bajo el término gramsciano de 'hegemonía'.
El planteo era de lucha directa contra las relaciones de propiedad que viabilizan la explotación económica. La impugnación al estado burgués se hacía desde una visión unilateral del mismo, que lo percibía como un orden fundamentalmente 'político-militar', que comprende a lo ideológico, pero reduciéndolo a 'propaganda' manipulatoria, tal como lo caracteriza Joaquín Brunner: "...una visión utilitaria y militante de la lucha ideológico-cultural, que aquí es nada más que lucha política en las regiones de la superestructura."
La prioridad absoluta otorgada a la opresión económica, de clase, y a la ejercida por un estado al que se veía sólo como brazo represivo de la anterior, obturaba la visión sobre otras formas de opresión, y por consecuencia directa, la posibilidad de articular una verdadera acción contrahegemónica.
Los defensores de reivindicaciones étnicas, de género, ambientales u otras, corrían el riesgo de aparecer como 'desviando' a las fuerzas contrarias al orden existente de sus objetivos principales, en vez de ser éstas aceptadas y promovidas como vehículo para 'comprender y sentir' la sociedad en términos más complejos que lo que se venía haciendo, aptos para superar esquemas preconcebidos con resonancias 'iluministas'. De esa forma, no se sumaban sino que se restaban, diversos ángulos de cuestionamiento, y diferentes aliados en la lucha contra una opresión y alienación multiformes que se prefería visualizar como 'monocolor'. Faltaba la labor de verdaderos 'intelectuales orgánicos' que entendieran la vinculación, la mutua necesidad, entre los distintos prismas de crítica al sistema. Gramsci define al Estado como la suma de las funciones de dominio y hegemonía, incorporando en un lugar destacado la consecución del 'consenso activo' de los gobernados:"Estado es todo el conjunto de actividades prácticas y teóricas con que la clase dirigente no sólo justifica y mantiene su dominio sino que logra obtener el consenso activo de los gobernados...". Es desde la recuperación de esa visión gramsciana que puede rescatarse la complejidad y multiplicidad de dimensiones de la lucha política.
En el fondo, se alentaba una concepción de élite revolucionaria, de 'vanguardismo' atravesado por esos 'hermanos enemigos' que son el voluntarismo y el economicismo, y que tiene como visión de sus acciones, el disciplinamiento y manipulación de las masas movilizadas. Se albergaba asimismo una visión de las sociedades latinoamericanas que las imaginaba al estilo del 'Oriente' gramsciano, con la sociedad civil 'primitiva y gelatinosa,' ignorando o subestimando la existencia de complejidades mucho mayores, algunas existentes desde el siglo XIX, otras incorporadas por instancias reformistas como el 'cardenismo', el "varguismo" o el "peronismo": El papel de los sindicatos del 'sistema', el peso de movimientos políticos con ideología 'burguesa' pero real penetración nacional-popular, una mitología del 'progreso social' dirigido por burguesías locales autónomas.
Se prefería una visión simplificadora del funcionamiento de las clases dominantes y del Estado, en el que las empresas trasnacionales y el Departamento de Estado norteamericano, acompañados por un reducido grupo de 'sirvientes nativos', dirigían a un Estado semicolonial, acorazado por la coerción instrumentada por ejércitos caratulados como 'perros guardianes del imperialismo', sin ningún arraigo en la sociedad. En consonancia con el pensamiento simplificador sobre las sociedades latinoamericanas, ejércitos nacionales de prolongada historia; basados en el reclutamiento ciudadano obligatorio, a los que el pensamiento oficial hacía aparecer con éxito como indisolublemente ligados a la existencia del estado-nación a partir de las guerras de independencia, no eran claramente diferenciados de las 'guardias nacionales' mercenarias de algunos países centroamericanos y caribeños.
El resultado era una apreciación equivocada de la capacidad militar, o mejor 'político-militar' del orden social a vencer. Se pensaba a la opresión de clase como más fácil de 'transparentar' por la doble razón de que sólo se visualizaban sus aspectos más brutales, y se juzgaba a la experiencia cotidiana, vívida, de la opresión, como generadora más o menos automática de una conciencia revolucionaria.
La idea de una contestación de masas, basada en la 'iniciativa popular' autoorganizada, no entraba en los cálculos de buena parte de la dirigencia revolucionaria latinoamericana, cautivada por la perspectiva de convertirse en ''vanguardia' de un movimiento popular que debía dejarse conducir por consignas que, supuestamente, iban al encuentro inexorable de su 'conciencia verdadera'.
Otros sectores de la izquierda alentaron otro falso 'camino corto' hacia la transformación social. Nos referimos al sueño recurrente de una perspectiva de cambio encabezada por algún sector burgués radical o un ala militar 'progresista'. En esa visión, aquellas fuerzas debían hacerse con el control del aparato del estado, para a través de algunas medidas fuertes de modificación de las relaciones de propiedad, impuestas desde arriba, como nacionalizaciones de sectores económicos clave, plantearan un escenario que fuera 'antesala' de transformaciones más radicales. La 'revolución peruana', el proceso panameño encabezado por Torrijos, entre otras tentativas, parecían indicar la viabilidad de ese camino.
Era la ilusión de un 'atajo' que permitiera ahorrarse la laboriosa construcción en el movimiento social, la creación de una 'contracultura' que se oponga a la oficial; para abrir una transformación relativamente 'sencilla'. No se espera entonces un 'asalto al poder', que se intuye improbable, sino de una 'revolución pasiva' por vía de un desprendimiento del aparato del estado o de los aparatos hegemónicos del orden de clase existente. Se pensaba en términos de un 'salto' permitido no por la fuerza propia sino por la ajena, que revirtiera casi mágicamente la debilidad política e intelectual del campo propio.
En definitiva, el asalto al poder, y el liderazgo más o menos providencial provisto por la propia clase dominante, son versiones diferentes de la idea de la 'vía fácil', del 'golpe de mano' que reduce a 'acontecimiento' repentino un proceso social complejo y prolongado, y elude ilusoriamente la necesidad de la desgastante 'guerra de posiciones'. Ambos parten de seguir confundiendo a 'Oriente' con 'Occidente', y al Estado con un armazón coercitivo ajeno a la sociedad, mas allá de una pequeña minoría privilegiada que lo controla. Ambos tienen en común eludir la problemática de la construcción contra/hegemónica, abandonar un camino prolongado y espinoso de transformación social, por otros senderos que, en definitiva, terminan negando esa transformación de fondo. Están incapacitados, por sus propios presupuestos, para apostar a una sociedad realmente basada en la autonomía y la autoorganización del conjunto social, y la disolución de las relaciones jerárquicas, de sometimiento, para dar paso a otras 'horizontales', de perspectiva igualitaria.
La derrota experimentada en carne propia; en algunos casos, la visión de los contrastes ajenos en otros, la reversión del orden mundial que quedara sintetizada en la 'Caída del Muro de Berlín', el cambio general del 'clima de época', hicieron que aquella visión de la transformación social quedara, sino sepultada definitivamente, seriamente dañada en sus posibilidades de generar movimientos políticos eficaces. Se abría un abismo para las izquierdas.
Uno de los grandes interrogantes que queda abierto, es acerca de los modos de re-construir la acumulación de fuerza en el 'abajo' social, para enfrentar la dominación de clase reorganizada, en contra de la multiplicidad de voces que pregonan alguna forma de 'adaptación' al nuevo orden existente que, tal como está dada la modalidad de ejercicio de la supremacía social, política y cultural, deja justamente poquísimo margen para una respuesta adaptativa.
Se requiere articular la reflexión crítica sobre el pasado, de una forma que no sea el lamento de la derrota, ni tampoco la adaptación pacífica al orden existente. Un problema para la construcción de una praxis efectivamente de izquierda, radica en la necesidad de incorporar a su visión del mundo los cambios estructurales producidos en los últimos años, sacar plenas consecuencias de los mismos, y pasar por el tamiz crítico (y no por el rechazo unilateral) las aportaciones de los teóricos de la "transición democrática" en los ochenta.
La crítica de variados aspectos del revolucionarismo sesentista, tales como la subestimación o la ignorancia de la complejidad y multiplicidad de las bases del dominio de clase, incluyendo toda la problemática de la hegemonía, la existencia de una concepción groseramente instrumental del estado, la visión 'estatalista' de la construcción del socialismo, completada por el 'productivismo', la noción vanguardista y jacobina de partido, merecen una seria atención. A esos puntos de vista, debería aplicárseles el criterio que G desarrolló a propósito del pensamiento croceano: 'retraducirlo' a términos de la 'filosofía de la praxis', para hacer retomar a ésta un 'impulso adecuado', que no tiene por qué reproducir las conclusiones finales de esa crítica pero sí utilizarla como basamento de la re-construcción del campo ideológico propio.
Ello implica re-instalar la problemática de la formación de 'intelectuales orgánicos' capaces de ser protagonistas de un gran cambio político-cultural que se expanda desde la izquierda radical a un campo más vasto de pensamiento y acción crítica, estrechamente vinculada a las organizaciones populares y el movimiento social en general.
Se necesita recrear un enfoque revolucionario latinoamericano, que debe ser articulador de realidades sociales y culturales afines pero diversas, con trayectorias históricas similares, pero no exentas de diferencias importantes entre sí; con formaciones sociales que comparten la ubicación periférica, la suerte del 'Sur' del mundo, pero tienen diversos grados de desarrollo relativo y de complejidad.
No se trata de reemplazar el discurso socialista por una impugnación limitada del 'modelo', en clave 'anti-neoliberal', que elude confrontar con el capitalismo, y que corre serios riesgos de no aportar a ningún tipo de modificación de la realidad, ni moderado, ni radical. La búsqueda válida, nos parece, es retomar, con todos los enriquecimientos devenidos de la gigantesca reorganización de la dominación capitalista, el eje anticapitalista de las luchas. Entendiéndolo no sólo como 'expropiador' de los propietarios, sino como contrario a la mercantilización de las relaciones sociales y a la alienación que no dejan de avanzar.
El cuadro social actual no es de los que puedan modificarse seriamente por un cambio de gobierno o por reformas que 'perfeccionen' el régimen político, sino que requiere una confrontación de más largo plazo, y realizada en múltiples terrenos. En primer lugar, se requiere la disputa en torno a la constitución del sentido común de las masas. Y se hace insoslayable la re-articulación del contenido internacionalista del conflicto, lo que, por supuesto, no puede transitar las coordenadas de las 'Internacionales' del pasado, pero de ser eludida, lleva a un 'latinoamericanismo' que no tiene propuestas de alcance mundial, mientras las clases dominantes hacen de su mundialización la base para proclamarse invencibles y sin rivales a la vista.
El propio decurso de vastas áreas de América Latina en los últimos años provee al menos la materia prima para algunas respuestas. Desmintiendo palmariamente las teorizaciones en torno al ocaso definitivo de la 'política de masas' y del abandono del ámbito 'callejero' del debate político para recluirse en los media, los levantamientos populares se fueron sucediendo a partir de los últimos años 90'. Tuvieron frecuencia e intensidad creciente, hasta configurar un verdadero ciclo de 'rebeliones populares' en América del Sur, que dieron por tierra con presidentes en Ecuador, Argentina, Bolivia, Perú y Paraguay o defendieron a un presidente dotado de consenso popular y sustento organizado de las clases subalternas, en Venezuela.
Y al menos en dos casos, Venezuela y Bolivia, han dado lugar a experiencias de gobierno capaces de articularse con la organización y movilización popular autónomas, y a desarrollar un grado de enfrentamiento con el gran capital y una perspectiva de cambio profundo en la conformación social y cultural. Esos procesos auspiciosos no debieran dar lugar a la admiración incondicional, y menos a la identificación autómatica del rumbo transformador con los dictados de los respetivos aparatos estatales. La posibilidad abierta y real de un flujo de abajo-arriba es sin duda una virtud central del devenir venezolano y boliviano.
Por lo demás, en la mayor parte del resto de los países los alzamientos populares no dieron lugar a procesos de vastas transformaciones sociales y de predominio de la iniciativa popular, sino a recomposiciones, más o menos precarias, pero eficaces, al menos en lo inmediato, del poder político de las clases dominantes (y aun de su predominio cultural). Las luchas populares alcanzaron cotas altas pero desnudaron la inexistencia de una conformación contrahegemónica susceptible de disputar con éxito el poder. Incluso en algunas de las sociedades no tan afectadas por la crisis política, y poseedoras de una izquierda con fuerza social y peso electoral en proceso de 'moderación', se ha posibilitado el acceso de esas izquierdas al gobierno, como en Brasil y Uruguay, ampliando así el diapasón de propuestas de gobierno disponibles, sin riesgo para los establishments respectivos.
Fortalecimiento organizativo, coordinación, construcción de un discurso alternativo creíble y eficaz, son requerimientos impostergables. Pero también lo es la superación de las trabas que hoy se oponen, en la mentalidad colectiva, a la militancia activa por la transformación.
Estamos además ante la necesidad de un replanteo de la visión histórica acerca de las clases subalternas, y de la propia idea de la centralidad histórica del 'proletariado' y del tipo de coalición social que puede sustentar un proyecto contra-hegemónico. El propio instrumento primario de organización obrera, el sindicato, se enfrenta hoy a la clausura de un modelo basado en trabajadores del sector formal y estables. Y los partidos de raigambre entre los trabajadores, tanto revolucionarios como reformistas, sufren profundas metamorfosis, muchas veces alejándose de esa referencia de clase original. Parece claro, sin embargo, que la construcción de fuerzas revolucionarias no puede hoy vaciarse en el molde leninista, sino avanzar sobre líneas novedosas, que incluso pongan en tensión la forma 'partido' como tal, sin desecharla a priori.
Se requiere, en cambio, la confianza en las posibilidades de unas clases subalternas social, política y culturalmente plurales, pero susceptibles de articularse en un haz contrario al capitalismo, que apunte a re-fundar la utopía socialista, sobre la base de la multiforme pero omnipresente lucha entre expropiadores y expropiados. El interrogante es acerca de qué proceso cultural, moral y político se deberá atravesar para constituir un espacio social que aspire a formar un nuevo 'bloque histórico' a partir del cuestionamiento radical del orden existente.
La dispersión, la falta de articulación con otros espacios que no sean los del propio sector o 'asunto', el aislamiento y la inorganicidad a las que muchos cantan loas en nombre de la diferencia y la elusión de tentaciones autoritarias, no pueden ser un camino sino hacia la conservación de la sociedad existente. La aspiración a mantener la fragmentación actual está marcada, con mayor o menor grado de conciencia, por la renuncia a cuestionar al orden social en su totalidad. Los actuales pensadores de la dominación le dejan con gusto a las organizaciones de las clases subalternas el terreno de lo 'micro', de lo estrictamente local o sectorial, cuando más pequeño y localizado mejor; de la 'pequeña política' que sólo disputa sobre cuestiones 'parciales y cotidianas', para mejor encubrir la renuncia a la 'gran política', la que se abandona con exclusividad a las clases dominantes. Las organizaciones populares, nuevas y viejas, deben enfrentarse a fuertes presiones hacia su 'domesticación', a encuadrarse en los límites de una 'gobernabilidad', entendida básicamente cómo que las clases subalternas ejerzan su libertad de organización y movilización, pero absteniéndose de todo lo que pueda perturbar las relaciones de poder existentes, y a que se coloquen bajo la tutela, directa o mediata, de organismos internacionales o de agencias gubernamentales, que les provean financiación al mismo tiempo que les señalen los límites de su acción.
La 'autorreforma' intelectual y moral de la izquierda es indispensable, un requisito de cambio en el propio campo para poder pensar y actuar seriamente hacia el cambio social global. Quien lo niegue quedará sujeto a la inoperancia, expuesto a convertirse en vestigio del pasado al tratar de pensar el presente con las herramientas de aquél. Existe la posibilidad de y llevarla a efecto como un programa teórico y práctico que re-defina los objetivos revolucionarios, siempre en torno al eje anti-capitalista, sobre el ideal de la construcción de una sociedad sin explotación ni alienación, creativa e igualitaria. Esa 'autorreforma' requiere abarcar a los modos de pensar y comportarse, el reconocerse parte del conjunto social y no una minoría ilustrada y 'naturalmente' dirigente. La ruptura con ese 'renacentismo' al que lleva la idea exacerbada de 'vanguardia', hace recordar la idea gramsciana de la necesidad de conjugar 'renacimiento' y 'reforma'.
Se requiere continuar pensando la revolución social, entendiéndola en línea con las enseñanzas de Gramsci y otros cultores del marxismo crítico: a) como un proceso y no como un 'acontecimiento' único, al que se adjudica la apertura de una nueva era por su sola producción b) de una manera en que sea decisivo su componente de 'iniciativa popular', de autogobierno y autoorganización de las masas, de generación y difusión de una 'visión del mundo' antagónica a la predominante; que ocupa un lugar al menos tan importante como el de las medidas de 'expropiación de los expropiadores'.

Demolido en Copenhague el edificio en que Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo proclamaron el 8 de marzo Día de la Mujer Trabajadora

Daniele Farina
Revista Sin Permiso
Dado que naciones y municipalidades diferentes han producido sobre el tema políticas completamente disímiles, con modalidades de gobierno con resultados antitéticos, sigo convencido de que el mal ejemplo dado por quienes administran Copenhague puede ser derrotado y no asumir la semblanza de un modelo con costos inmediatos evidentes y costos futuros imprevisibles
Demolida la «Casa de la juventud» en donde Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo proclamaron, en 1910, el 8 de marzo como “Día de la mujer trabajadora”. Después del desalojo de los ocupas y los choques, las topadoras, fue derribado en Copenhague el histórico edificio que albergó a Lenin, Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo. En su lugar, una iglesia para una secta. Una topadora para demoliciones, la enorme bola de cemento que golpea hasta abatir el Ungdomshuset, la "Casa de la juventud", cuya demolición causó una de las más grandes protestas callejeras en Dinamarca, al menos desde diez años a esta parte. Ayer a la mañana, los obreros llegaron a las ocho, con el rostro cubierto para no dejarse reconocer. Una medida de seguridad. En torno a ellos, sin embargo, ninguna protesta. Sólo lágrimas. Muchísimas. Y luego flores depositadas en el piso, cantos, tarjetas de adiós y una bandera: "Podéis abatir los muros, pero los fundamentos quedan". La destrucción del caserón de ladrillos del barrio Noerrebo de Copenhague ocasionó verdadero luto en los muchachos que habían ocupado el centro social. Pero también en muchas personas de la izquierda danesa que, de una u otra manera, fueron iniciadas en la política justamente en aquel lugar. Que desde ayer es una pila de cascotes. Sin embargo, la "Casa de la juventud" era verdaderamente un monumento histórico, aun cuando hubiera sido calificada como inutilizable por las autoridades danesas, en vista de que nunca fue reestructurada. Precisamente entre aquellos muros, el 29 de agosto de 1910, Rosa Luxemburgo y Clara Essner Zetkin proclamaron el 8 de marzo como día de la mujer, en ocasión de la segunda conferencia de las mujeres de la Internacional socialista. En esa misma ocasión se discutió también acerca del voto femenino como derecho universal, y no ligado al "censo" como pedían las sufragistas. Siempre en aquel edificio de ladrillos, habló nada menos que Vladimir Ilich Ulianov, Lenin. En suma, un pedazo de historia, más allá de las polémicas contra la ocupación del edificio y de las extrañas compraventas en las que estuvo implicado (los últimos propietarios son los representantes de una secta cristiana).El palacete había sido construido en 1897, en lo que era un barrio obrero, precisamente para ofrecer a los trabajadores un lugar de encuentro. Era el equivalente de una "casa del pueblo" (y en efecto, se llamaba "Folket hus"), donde tenían su sede sindicatos y asociaciones. Después, hacia los años '60, fue abandonado: los sindicatos se mudaron a una nueva sede. Durante mucho tiempo permaneció desocupado. En los años '80 entró en las miras de una gran cadena de supermercados, la Brugsen, que quería tirarlo abajo para construir un gran local. En aquel caso, el municipio se interpuso y lo adquirió. En 1982 fue asignado a un grupo de jóvenes, y se volvió la "Casa de la juventud". Después, en 1996, un incendio la devastó. Dio inicio entonces una larga batalla legal con aquellos que se habían vuelto bajo todos los efectos los ocupantes, que no confiaban en poner el palacio en manos de instituciones para una reestructuración porque temían que eso habría cambiado su destino de uso.Hasta el 2000, cuando el palacio fue vendido por el municipio a una sociedad. Una oferta de compra había llegado ya entonces de parte de la secta cristiana "La casa del padre", pero el municipio la había descartado considerándola poco seria. La portavoz de la secta dijo que había tenido una especie de visión leyendo una bandera que los ocupantes habían colgado fuera de los muros para protestar contra la puesta en venta del edificio. Decía más o menos: "En venta, con 500 sicópatas venidos del infierno". Claramente el mensaje era irónico. Pero, evidentemente, no para la secta que desde entonces ha hecho de todo para apoderarse del edificio. Y lo ha logrado, porque en cierto momento, la sociedad que había comprado el palacio, lo revendió justamente a la "Casa del padre". Ayer, entonces, para la secta cristiana se cumplió la misión: derrumbar el edificio. La portavoz de la secta, Ruth Eversen, se justificó explicando que en su interior estaba todo inutilizable. Los ocupantes piensan que, ahora, los propietarios revenderán el terreno, porque el único objetivo era destruir el palacete. Durante las operaciones de demolición fueron detenidas seis personas, que pasaron sobre las barreras. El total de los detenidos es todavía de 189 personas. En los tres días de protesta los detenidos fueron en total 600, 149 de ellos eran ciudadanos extranjeros, entre los cuales había veinte italianos: once fueron liberados y deberían regresar hoy a Italia. Otros nueve hasta ayer permanecían todavía detenidos: tres deberán hacer frente a un juez, mientras que los otros seis podrían ser liberados. En la tarde de ayer se produjo una manifestación delante de la cárcel. Va de suyo que Copenhague no es Roma, Milán o Turín. Y si el modelo social y de bienestar no es comparable (aun cuando, como ha sido justamente subrayado en estos días, esté en rápida y no positiva evolución), la imagen tolerante y un poco ajena parece destinada al archivo. También impactan los centenares de arrestos, los detenidos, los choques. ¿Pero a quién impactan? A aquellos para los que son cosas de los años '80 o, como máximo, '90; a los convencidos de la existencia de políticas para los jóvenes en Europa y, quizás, también en Italia; a aquellos para los que la especulación inmobiliaria es un tigre de papel; a quien considera y sostiene sólo a la familia pensando que los hijos... Y en cambio existe esta fastidiosa y perdurable tendencia a construir modelos sociales alternativos que atraviesa las generaciones, interfiriendo además con los intereses ajenos. Y en paralelo una tensión autoritaria y normalizadora que se aviva periódicamente tanto en tierras de derechas como en aquellas socialdemócratas. Cierto, alguien me responderá que en todos lados existen los mismos principios: también allí se bate moneda, existen réditos, salarios y beneficios, el ladrillo tiene igual consistencia. Pero dado que naciones y municipalidades diferentes han producido sobre el tema políticas completamente disímiles, con modalidades de gobierno con resultados antitéticos, sigo convencido de que el mal ejemplo dado por quienes administran Copenhague puede ser derrotado y no asumir la semblanza de un modelo con costos inmediatos evidentes y costos futuros imprevisibles. Imponderables, al punto que habría que arrestar a los administradores y liberar a los manifestantes, o al menos ponerlos juntos.Aquí, entre nosotros, está todavía viva la campaña de criminalización de las pasadas semanas, donde la frecuencia de presuntas y residuales veleidades lucharmadistas en este o aquel centro ha cebado a la derecha nacional en el pedido de desalojos y lágrimas. Pasando por encima de la evidencia de que bajo análoga denominación trabajan realidades bastante diferentes entre sí, dique más que combustible de sugestivos retornos de las llamas. Casi que sindicatos, asociaciones y centros fueran, para estos proyectos, un obstáculo más natural de lo que pueda ser la seccional local del Rotary o la asamblea de la Confindustria. Es necesario, por el contrario, un radical cambio de estrategia y de las políticas públicas hacia estos lugares (centro sociales o espacios públicos autogestionados). Y pronunciar la palabra público produce ya un fuerte eco que evidencia su total ausencia. Es necesario una dirección nacional que no delegue totalmente en la buena o mala voluntad de éste o aquel ente local. Como por otra parte sucede con las (pocas) políticas habitacionales y contra (modesta contra) la precariedad. Por ejemplo un fondo nacional de "emersión" a disposición de comunas y provincias tendente a soluciones positivas para los espacios sociales, hubiera sido, en el presupuesto nacional, una óptima señal. Pero en el enciclopédico abastecimiento del gobierno no se ha encontrado voz ni ha sido posible insertarla. Estamos a tiempo de remediarlo. Me doy cuenta de que frente a un síntoma, y me temo que los sucesos de estos días lo sean, se precisaría atacar con una fuerza diferente el conjunto de los temas. Mientras tanto, no estará de más expresar nuestro agradecimiento a los amigos y compañeros/as daneses y alemanes que incluso nos están dando una mano a nosotros mismos.Daniele Farina es un periodista italiano que colabora con el cotidiano comunista Il ManifestoTraducción para www.sinpermiso.info: Ricardo González-Bertomeu

4.3.07

felipe pigna y “lo pasado, pensado”

Por Oscar Ranzani
Después de haber analizado parte de la historia argentina como columnista de Radio Mitre y del programa ¿Cuál es? de Mario Pergolini, Felipe Pigna debutará con un ciclo propio hoy, de 10 a 11 y por la Rock & Pop (FM 95.9). El historiador que supo desacartonar la manera de narrar los acontecimientos del pasado eligió como título Lo pasado, pensado, homónimo de uno de sus libros. Pigna señala que se tratará de un programa de “historia argentina del siglo XX”, pero en el que también se hablará de la historia mundial. Cada domingo se presentará un tema y alrededor de él se analizará el contexto tanto cultural como político. Paralelamente al relato de Pigna, se escucharán audios de cada época en particular, a través de testimonios de los protagonistas, así como también la música de aquel momento o el sonido de las películas que se veían entonces. Respecto del tipo de público al que apunta, Pigna señala que su programa es tanto para los oyentes de Rock & Pop como para la gente que no escucha la radio, pero “me sigue a mí y le interesa la historia”.
El capítulo de hoy estará centrado en la Triple A, un poco debido al auge que volvió a cobrar el tema en los medios a raíz del pedido de extradición de María Estela Martínez de Perón, cuyo gobierno tuvo como ministro de Bienestar Social a José López Rega, considerado el artífice del terrorismo de Estado, continuado a escalas mayores por la última dictadura militar. Además de los audios de López Rega y de Juan Domingo Perón, Pigna pondrá al aire una entrevista a Alfredo Alcón que cuenta la historia de “una famosa reunión que hubo en el ’75 entre un grupo importante de actores (mucha gente amenazada por la Triple A) y que fue convocada por López Rega para explicarles que él no tenía nada que ver con esas amenazas, que se quedaran tranquilos. Una cosa espantosa”. Pigna afirma que Alcón “cuenta maravillosamente (como cuenta él las cosas) cómo fue esa entrevista, y cómo López Rega los miraba fijamente y les decía cómo se les ocurría que una persona como él podía amenazar o matar a alguien”. Y que, en definitiva, esa reunión “terminó amedrentándolos”.
–¿Por qué en los últimos años el gusto por la historia se hizo mucho más masivo? ¿Es algo pasajero o se produjo un vínculo fuerte?
–Deseo profundamente que sea un vínculo fuerte y que no sea una moda. Me parece que si hubiera sido una moda hubiera caído rápidamente, pero esto se mantiene por lo menos desde 2001 para acá con mucha fuerza. Así que la crisis fue evidentemente un detonante muy importante para la revisión del pasado, porque la gente se dio cuenta de que las respuestas inmediatas no alcanzaban, que semejante desastre no podía corresponder a lo inmediato sino que seguramente tenía que ver con una larga historia. Y es notable cómo a partir de ese momento creció el interés por la historia. Me parece que ya es sostenido.
–Y ese interés por la historia, lejos de agotarse en sí mismo, ¿debería servir para lograr una mayor participación política?
–Uno siempre tiene esa pretensión. Creo que la historia sirve muchísimo para entender el presente, como decían las definiciones de la escuela secundaria. Se supone que es la ciencia que estudia el pasado para comprender el presente. Creo que está bastante bien esa definición, muy trillada pero que hace justicia en un punto. Es decir, la historia sirve en sí misma para conocer el pasado y eso está bien como especificidad pero, obviamente, también sirve para comprender el presente. Los jóvenes de hoy están empezando a entender que es una materia instrumental. Contrariamente a lo que uno veía en mi generación y en muchas generaciones, que era tan aburrida y mal enseñada en las escuelas y uno no le veía mucho sentido. “¿Y para qué me sirve?”, es una pregunta muy lógica que hacen los estudiantes. Creo que hoy se va entendiendo para qué sirve la historia.
–¿Por qué permanece la idea del prócer intocable en la historia oficial?
–Creo que es una cuestión ideológica. La idea de que estos personajes son únicos, absolutamente impolutos y que ese lugar que, en definitiva, es el lugar del poder, no le corresponde al pueblo. Es decir, “enseñarle” a la gente que nunca podrá llegar a ser uno de ellos y que eso queda reservado a una especie de aristocracia, de alguna manera. Y eso es un hecho que tiene una gran eficacia. De alguna manera, es el “no te metás” histórico: “Miren que ustedes nunca van a llegar a ser como este señor, así que déjennos a nosotros seguir administrando los bienes y las cosas”.
–¿Existe la objetividad histórica?
–No, afortunadamente no. La imparcialidad es un acto de soberbia, eso de poder ponerse por encima de las ideas. Y si uno observa la historia argentina que es muy rica en calidad y en cantidad de historiadores, todos tienen su tendencia marcada, desde Mitre para acá, y nadie ha ocultado su pensamiento. Porque, en realidad, hay una confusión en cuanto a lo que significa el rol o el trabajo del historiador. El historiador no recopila historia, sino que interpreta la historia. En esa interpretación la subjetividad se agradece en un punto porque es un trabajo interesante y queda claro. Se agradece en el sentido de que cuando leés a Milcíades Peña estás leyendo a un marxista, cuando leés a Ernesto Palacio estás leyendo a un católico de derecha, cuando leés a Puiggrós estás leyendo a un pensador del nacionalismo revolucionario. Y a Mitre, a un exponente del más lúdico conservadurismo, liberalismo conservador. Eso pasa acá y en todo el mundo.