20.9.06

A Miguel Hernández

Mientras tú asciendes a los vastos dominios de la luz, ellos, tus verdugos, los que quisieron desterrarte de nuestro corazón y de nuestra memoria, descienden y se hunden hacia las cenizas del olvido y las tinieblas de lo abominable.
Porque tú estás presente, no solo en los aceites luminosos y en los frutales campos donde se cultivan el pan y la miel, tu presencia se filtra como un haz de luz que penetra a través de los bosques hasta tocar el alma del obrero, el campesino y la mujer universitaria.
Miguel, eres inextinguible. Venciste a la muerte y regresas del martirio en tus poemas, vestido de miliciano, para darnos una lección de amor y rebeldía.
Tu poesía es como un agua paciente pero continua que orada la piedra hasta derrotarla. Un bálsamo para el preso, un licor que, en los más remotos lugares del planeta, alivia las heridas del humillado.
Las dulces colinas y los pardos atardeceres hallaron en ti al pintor que tomó los colores de la naturaleza para convertirlos en una fiesta.
Antes de ti sólo existía la palabra, contigo, el verbo se hizo compromiso. Todo lo que de mercenario y de servidumbre tenía la poesía hasta entonces tú lo transformaste en materia al servicio del amor y de la revolución hasta convertirlo en armonioso edificio, y ese rayo que es tu poesía traspasó a lo más noble de nuestro pueblo un día para transformar nuestras tierras en una desmedida Numancia.
Miguel de España, tu poesía no fue escrita para ser leída en los templos, ni en los cenáculos literarios, sino al pie del camarada caído en la lucha, en los muros de las fábricas
En el principio fuiste el poeta solar, para convertirte más tarde en bandera del proletariado, llama inextinguible que alumbra la memoria de este pueblo cuyas alas ardieron un día en la hoguera de la revolución. Porque si bien es verdad que tu poesía creció a la sombra de las banderas de la clase trabajadora, no es menos cierto que la causa de los oprimidos contigo se ensanchó hasta precipitarse y perderse en lo más hondo del corazón de los explotados y los humillados del mundo. Pues allí donde se pronunció la palabra España, una columna de hombres y mujeres se puso en marcha, abandonando trabajo, esposa, hijos y cuanto pudiera atarles a la tierra, para defender hasta morir si era preciso, las banderas de 1789. Y desde la más agreste sierra del Méjico de Emiliano Zapata y la Cuba de Martí hasta la Irlanda de O·Casey, desde los lejanos y grises puertos de Nueva York, desde el Maghreb, China, Alemania, Francia, Polonia, Checoslovaquia y las duras estepas de la Rusia de Lenin; padres de familia que hablaban la misma lengua de Garibaldi y Giuseppe Verdi, hijos de Victor Hugo, y de la Comuna del París de 1871, campensinos de las soleadas tierras y los olivares de la Grecia de Kavafis y Mikis Theodorakis y por cuyos mares navegaron los hijos de Homero; aquí comieron de nuestro pan, bebieron de nuestro vino, cantaron hermosas baladas y murieron con el grito ¡NO PASARÁN! atravesado en la garganta, poetas y ferroviarios, campesinos y aventureros que acudieron a la llamada de la libertad, construyeron unidos a este pueblo una barricada que, traspasando el corazón de la Península Ibérica , juraron al pie de la tumba del camarada caído convertir España en la tumba del fascismo. Inmortales para siempre en la memoria de los pueblos, ni los días ni los años rompieron la cerrada formación en que marcháis hacia la victoria, los que descendisteis al fondo de la tierra un día tras largos años extraviados en el exilio americano, sin mas riqueza quizás que una bandera comunista y la lectura emocionada de un poema de Stephen Spender, Vallejo o Pedro Garfias,
Mujer de Extremadura o de Galicia que un día vestiste el riguroso luto que no te abandonaría ni en la vida ni en la muerte, para dar sepultura a los restos del hijo o del esposo, al que encontraste tendido con el rostro desfigurado por los disparos de los falangistas, al pie del muro del cementerio del pueblo, aquel día de verano que te quitó para siempre las ganas de vivir,
Tú, alcalde socialista de aquel remoto pueblo andaluz, que te fue arrancada la vida al grito de ¡Viva la República ! y amaneciste tirado al pie del molino, bebiéndote el agua del arroyo,
Heroico soldado del Ejército Popular en Brihuega que tomaste una y otra vez Teruel o cruzaste el Ebro aquellos días de julio del treintaiocho con Líster y Tagüeña, y que acabaste tus días en el campo de concentración de Barbastro o Albatera,
Compañero Coll que armado tan solo de botellas con gasolina rechazaste una y otra vez a los tanques de Varela que cruzaban el río Manzanares por el Puente de Toledo,
Brigadista norteamericano que cruzaste el Pirineo con una guitarra al hombro para unirte a los voluntarios de la libertad,
Capa, Bardasano, Vayo, Renau, Rosario Sánchez, Hidalgo de Cisneros, Tina Modotti, Dolores, Modesto, Rojo, Constanza de la Mora , Neruda, Rafael, Max Aub, Cernuda, General Lukars, Regler, Azaña, Largo Caballero, Prieto, Barceló, Bergamín, Alvah, Bessie, Ehrenburg, Companys, Galán, Hemingway, García Oilver, Gerda Taro, kleber, Longo, Malraux, Nelken, Miaja, Negrín, Renn, Sender, Togliatti, Zugazagoitia, Cruz Salido, Infante, Koltzov, Ascaso,María Teresa León, London, marineros del Jaime I, voluntarios del 5º Regimiento que desfiláis desmañadamente en el convento de Francos Rodríguez, los que sonreís triunfantes en las viejas fotos de Centellés aquellos días tórridos de julio en Barcelona camino de Zaragoza para detener al fascismo, vosotros, los de la Quinta del Saco y los de la Quinta del Biberón, los que os hacinabais en el puerto de Alicante esperando un barco que nunca llegaría cuando vuestra suerte estaba ya echada, niños, soldados, ancianas madres de España, traicionados todos por Casado, Besteíro, y por todo el mundo democrático que os dio la espalda en la hora de España, los que calzados con zapatillas y envueltos en pobres mantas tomasteis en el más duro invierno la nevada ruta pirenaica del calvario y perseguidos por el acero de la aviación franquista “gozasteis de la hospitalidad francesa” en los campos de concentración de Djelfa, Argelés-sur-Mer, Barcarés y Prat de Molló para más tarde darlo todo por la libertad, con Cristino García, Emilio Álvarez Canosa, “Pinocho” y con Celestino Alfonso en la resistencia y en el maquis francés, los que construisteis el tendido del Trasahariano, os enrolasteis en la Legión Francesa , combatisteis con Rol Tanguy, con Raymond Dronne, y con el general Leclerc en la <> y tomasteis París después de desembarcar en Normandía; legión anónima que dejasteis vuestra sangre y vuestro ejemplo de combatientes por la libertad y regresasteis un día a España con la guerrilla, en lo más duro de la Dictadura , para hostigar a la Guardia Civil y al ejército franquista, con un <> al hombro, una bandera republicana en el macuto y el sueño de restaurar la democracia en España y caísteis con Caraquemada, Grimau, Vía, Sabaté, Agustín Zoroa, Girón y Manuela Sánchez en cualquier emboscada de las fuerzas represivas en lo más profundo de un bosque de Galicia, de León, en Gredos o en Cuenca, los que apurasteis hasta la última gota el cáliz del sufrimiento en los penales de Burgos, Ocaña, Fyffes o fuisteis agarrotados en cualquier cuartel, los que desde hace setenta años alimentáis las raíces de cualquier árbol en el barranco de Víznar en esa larga nómina de mártires anónimos por la libertad; republicanos españoles inmolados en las aras de Buchenwald. Dachau, y Mathausen, sacrificados a los dioses nazis a mayor gloria del III Reich..., quizás la gloria de los mármoles oficiales no os alcanzó nunca, pero una estrella soviética ilumina, desde entonces, los caminos que un día os llevaron por las tierras polvorientas, allí donde Don Quijote se enfrentaba una vez más a los molinos vestido de miliciano antifascista y armado de un grito de guerra: ¡TIERRA Y LIBERTAD!, combatiendo en el barrio sevillano de Triana, en Lopera, en el Jarama, Brunete, Bujaraloz, en el Guadarrama, en Talavera, Belchite, Quinto, Oviedo, Lérida, Bilbao, Sierra Pandols, en el Rió Manzanares, Monte Aragón, Cerro Muriano, en África, en Noruega...
Porque solo gracias a vosotros, los que un día ya lejano empuñasteis la <>, podemos aún decir por el mundo con dignidad que somos españoles, <>,que dijo Gabriel.
Aún flamean sobre el negro pavimento, al pie de los muros de las ciudades que defendisteis de los bárbaros, las amadas banderas de vuestra más luminosa juventud: la que condujo a los confederados de Durruti hasta las puertas del Madrid asediado por las balas en 1936, la que nunca fue sometida en el cerco de Leningrado y Stalingrado, la que bordaba Mariana Pineda, la de Galán, Azaña y Antonio Machado.
¡Salud, camaradas! ¡Viva la República !
LQS. Ángel Escarpa Sanz. Septiembre de 2006

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