11.6.06

Campanella: “Tenemos la fantasía de ser ‘apolíticos’, pero hacemos política permanen temente"

La coproducción argentino-española, una historia de exilios cruzados entre inmigrantes de las primeras décadas del siglo XX y los argentinos que huyeron en el 2001 admite, según Campanella, una clara connotación: “Tenemos la fantasía de ser ‘apolíticos’, pero hacemos política permanentemente, hasta cuando miramos televisión”.

Por Sandra Russo
Es un síntoma: Vientos de agua va los domingos, por el 13, a las 22.45. Viene después de Daddy Brieva y Diego Pérez gritando a voz en cuello mientras un montón de gente de las provincias hace pruebas con cascos de ciclistas y disfraces de patos. Es un síntoma de los sobreentendidos que sobre sí misma fabrica la televisión, y no sólo en la Argentina. Y es también la confirmación de que la televisión, como soporte y cuando es bien querida, es un medio fenomenal en sus alcances y un desparramador de disparadores sociales y emocionales. Vientos de agua, la coproducción argentino-española que dirigió Juan José Campanella, es aquí y allá víctima de sus propias virtudes. Es un producto de lujo gracias al cual seguramente los ejecutivos de la televisión brindarán por unos cuantos premios, pero que eligieron, por su lenguaje trabajado y su historia –exilios cruzados entre inmigrantes de las primeras décadas del siglo pasado y los argentinos que huyeron en el 2001–, ubicarla en un horario que la borronea. Vientos de agua no resistiría el minuto a minuto, menos mal. Menos mal que hay gente de la televisión embarcada en proyectos que no resistirían el minuto a minuto, ya que por lo visto sólo lo resisten los grandes efectos que carecen de absolutamente todo lo demás.En España, según relata Campanella, puesta en pantalla por Telecinco, empresa coproductora, las críticas fueron “las mejores que tuve en mi vida”. El primer envío capturó a más de dos millones y medio de espectadores. Pero un extraño movimiento de pinzas hizo que de pronto la idea de estar dirigida a “un público cinéfilo” causara temor en los programadores. Sin previo aviso, su destino fue ir a parar a la una de la madrugada. Hubo, por primera vez, una manifestación de espectadores frente a la sede de la empresa. Telecinco no quiso volver atrás y la lanzó en DVD en un pack de lujo. Actualmente está tercero en ventas.Amar, sufrir, partirCuenta Campanella que para los trece capítulos de Vientos de agua trabajaron dos años y medio. “Escribimos los dos primeros guiones cuatro autores juntos: Aída (Bortnik), Juan Pablo (Domenech), Aurea (Martínez) y yo. Fueron ocho meses. No sólo había que recrear la génesis de los personajes, sino el modelo de estructura sobre el que descansaría la historia. Mucho ida y vuelta, mucha reescritura. El resto de los guiones se llevó adelante desde marzo de 2004.”La idea de entrecruzar a un inmigrante asturiano analfabeto que abandona su tierra natal perseguido por la Guardia Civil con la de su propio hijo, un arquitecto que en 2001 cruza el Atlántico hacia España buscando cómo rearmar su vida y mantener a su familia, se le ocurrió al director mientras vivía en EE.UU., donde residió 18 años. “Un día, en Nueva York, me desperté a las cinco de la mañana para leer todos los diarios argentinos antes de ir a filmar, y pensé ‘pobre el abuelo, que no podía hacer esto’, pero después, destruido por la realidad argentina, me dije: ‘bueno, qué suerte que el abuelo pudo olvidarse de todo y empezar de cero’. O sea, el desarraigo, antes y ahora, es tremendo.”Y sobre el desarraigo cabalga Vientos de agua, porque tanto en el barco “Aquitaine”, que trae al asturiano Andrés Olalla a la Argentina, como en el piso madrileño en el que se hospeda muchas décadas más tarde su hijo, hay cubanos, húngaros, franceses, italianos, gente que por un motivo u otro tuvo que dejar su tierra y se hace mutuamente una compañía precaria pero al mismo tiempo férrea: la compañía que se hacen los desesperados. Allí nacen esas amistades que se mantendrán de por vida y los roces inevitables de los que intentan permanentemente mantener algún tipo de equilibrio.Ernesto Alterio (ver aparte), que encarna a Andrés y que se fue a vivir a España a los cuatro años después de que la Triple A amenazara de muerte a su padre, dice que aunque la miniserie no habla de exilios políticos, todos los exilios lo son. Campanella coincide. “Que yo me haya ido ‘solamente’ a estudiar cine porque acá no había una industria es un hecho político. Todos los que emigran lo hacen por motivos políticos. Andrés se va huyendo de la Guardia Civil, Juliusz se va huyendo de las persecuciones a los judíos, a Gemma la meten los pares en el barco para salvarla de Mussolini. Toda nuestra vida está cruzada por la política. A veces tenemos la fantasía de ser ‘apolíticos’, pero permanentemente hacemos política, hasta cuando miramos televisión, eligiendo qué programa vemos.”Asturias o Galicia¿Por qué Andrés es asturiano y no gallego? De las corrientes inmigratorias, la más identificable para los argentinos es la gallega. Quienes trabajaban en la miniserie dudaban. Hubo un par de elementos que inclinaron la balanza hacia Asturias. “La idea siempre fue serles fiel a todos los idiomas y dialectos. Se habla italiano, pero también genovés o comasco, por ejemplo. Y el bable, que es el dialecto asturiano, es menos cerrado y más parecido al castellano”, cuenta Campanella. “Pero además, Asturias es España, el resto es tierra reconquistada. Y hubo revueltas mineras en el ’34, que fueron la mecha que encendió la Guerra Civil. Así que tomamos el mundo minero de Asturias.”Vientos de agua muestra, como probablemente nunca antes lo hizo la televisión, la dimensión de congoja, soledad y aventura sobre la que se fue forjando la argentinidad. Muestra el esfuerzo sobrehumano de comunicación, de espíritu de lucha y de derrota que traían en los ojos esos hombres y mujeres desheredados. Conecta al espectador argentino con sus fotos familiares, con recuerdos personales, con la intimidad de cada uno. Y lo hace con los trazos finos de actuaciones memorables, como la de Ernesto Alterio, la de su padre, Héctor, o el revelado Pablo Rago. Y con los trazos gruesos de un guión que exhibe, sin aludir demasiado a él, el contexto mundial en el que ese extraordinario movimiento de cuerpos y almas tuvo lugar.

Barco que viene, avión que se va
Por Aida Bortnik *
Existen diversas y poderosas razones que deberían inhibirme: Amo a Campanella. Amo a Alterio. Amo al otro Alterio. Estoy empezando a querer a Blanco. A lo largo de dos años en esta miniserie poniendo en funcionamiento el mecanismo de trabajo, lo que se llama “intercambio de ideas” que, por momentos parece consistir en que trato de hacer cambiar de idea a los que no están pensando en el rumbo que más me gusta. Escribir en equipo (como si esto fuera posible). Pero era un buen equipo, un excelente equipo, los dos primeros capítulos. Y, ¡oh Manes! (gracias a que Freixá es un muy buen productor pero su verdadero arte es la seducción, la persecución y la creación de culpa para las que se resisten), según lo esbozado por Campanella en una de nuestras mágicas tardes en las que imaginábamos que “alguien” iba a tener que hacer “eso”, escribí la síntesis de los trece capítulos. Es imposible hacerle entender a un productor español, argentino o chino el infinito desorden que impone al universo la operación cabalística de sintetizar lo que todavía no existe.Después de esta primera etapa recibí una transfusión de dos litros de sangre.Más tarde los españoles dijeron mañana y resultó al año siguiente. Ahí comenzó lo que lleva el pomposo título de “Supervisión de Guiones”, dejo a la frondosa imaginación del lector la naturaleza de este trabajo.Después de esta última etapa recibí tres litros de sangre.Bien.Pero yo soy muy desinhibida.Como no le basta con su enorme talento, Juan José consigue además que, siguiendo su ejemplo, uno viva sólo para el trabajo y lo haga con alegría, con rigor, a conciencia.La historia de dos generaciones, una que viene y otra que se va. La historia de dos mundos. La Argentina, joven y ya fascista, generosa y muy mezclada y la de España, la España de Aznar, aunque Andrés dice “no es de Aznar, es de los españoles”, posfranquista y todavía fascista, horrorizada por esos extranjeros que vienen de todas partes. País de emigrados que se asusta de los inmigrantes.Y los años de la vida de un joven salvado y condenado para vivir la vida de su hermano. Y la vida de su hijo, un arquitecto, que una vez hizo un pueblo en Nicaragua y ahora no tiene lugar en su lugar, y le cuesta encontrarlo en el lugar al que llega.Barco que viene y setenta años después, avión que se va.Una tierra de caos deliberado, robo planificado, muerte escondida. Una tierra que se viene abajo. Que se nos viene abajo. Generaciones de argentinos sorprendidos todavía por la canalla y soez desventura en la que pretenden sumergirlos. Sorprendidos, todavía por las burbujas con que esa ciénaga se traga sus esperanzas, sus ideales, sus hijos, sus padres, sus ahorros, su futuro, su presente, cuando descubren que los rodea. No hay pasado ni futuro en esa Argentina que arde en los noticieros del mundo entero. ¡Qué país tan sorprendente! ¿Cómo puede haber hambre en una tierra tan rica? ¿Cómo puede expulsar la que recibía con los brazos abiertos “a todos los hombres de buena voluntad”?Más allá, mucho más atrás, debajo de la tierra, los hombres empujados a ganarse el pan, envueltos en gases de muerte, tiznados y demasiado jóvenes para tener suficiente miedo. Una tierra donde comenzó la rebelión. Donde los mineros dijeron basta y Asturias resonó en toda España.Un elenco de lujo internacional, coherente, fascinante. Actores europeos, latinoamericanos y argentinos (que, como todos sabemos, no pertenecen a ninguno de estos dos universos) todos dando de sí más y más, más que nunca, más de lo imaginable.Un equipo técnico y creativo soberbio y perfecto.Había jurado no escribir televisión nunca más. No me costó nada romper esta promesa. Nadie me pidió jamás que lo hiciera hasta que Campanella tuvo una idea.Fue una de las experiencias más fascinantes de mi vida.“Viva Campanella! ¡Bravo Juan!” Eso grito mientras veo la miniserie.Y me siento muy honrada.
* Guionista.

Los horizontes se cruzan, entre viejos y nuevos mundos
Por S. R.
Ernesto Alterio, hijo de Héctor, tiene rasgos muy parecidos a los de su padre y una historia personal que roza, en algunos vértices importantes, la trama de Vientos de agua. Ernesto es un actor muy conocido y valorado en España, donde creció. En la miniserie, además de encarnar al personaje de su padre en su juventud, se está dando a conocer en la Argentina. Habla con completo acento español, con voz templada y amable, y por la línea telefónica se percibe, en ínfimos silencios o pausas, que cada respuesta sale de su mente y de su sensibilidad. “¿Cuántos capítulos habéis visto ya? ¿Dos? Veréis que se pone cada vez mejor”, es lo primero que dice.–Naciste en Argentina, pero te fuiste muy pequeño.–Sí, con cuatro años, en el ’74, con mi familia nos vinimos a vivir a España. Por motivos políticos. A mi papá lo amenazaba la Triple A, él justo estaba en el Festival de San Sebastián y nos mandó a buscar.–A pesar de que la miniserie no toma como tema el exilio por motivos políticos, me imagino que hacer ese papel debe haber resonado en alguna parte de tu historia. El cruce del Atlántico.–Por supuesto que la historia tuvo infinitas resonancias en mí, por mi historia. Pero yo creo que el exilio de mi personaje es en cierta medida un exilio político. En la otra parte de la historia, el hijo se exilia por motivos económicos, pero la salida de España de su padre yo creo que es política. Escapa de la pobreza y la persecución.–Bueno, el exilio económico también es en cierta forma político: las medidas económicas que llevaron a ese derrumbe fueron políticas.–Ya. Es cierto. Y algo lindo que tiene la serie es esto mismo que acaba de pasar en este diálogo: se empiezan a relacionar muchas cosas que uno tiene naturalizadas, la historia muestra esos dos movimientos de exilio en paralelo y permite asociar, ampliar la percepción sobre este tema.–Es que la manera en que Vientos de agua muestra la salida de aquellas generaciones de españoles es fuerte, es muy potente, y da la casualidad de que se trata de nuestros abuelos o bisabuelos...–Para mí ha sido algo muy rico y muy hermoso hacer este trabajo, por la posibilidad de que ha dado de profundizar en este tema de que estamos hablando, el nacimiento de lo argentino.–¿Habías trabajado alguna vez con Campanella?–No, fue la primera vez.–¿Y cómo fue la experiencia?–Increíble. Me invitó a un viaje maravilloso. Es muy maestro. Es un gran puestista. Y coordina muy bien la puesta con la cámara. Tiene mucho oficio. Tiene un oficio exquisito. Y se rodea de buenos profesionales.–Cada una de las historias tiene un tratamiento y hasta una luz distinta. La que te tiene por protagonista, la de ese joven asturiano que ante la muerte del hermano sale de España casi sin haberlo imaginado, es sin duda la más impactante para los argentinos, la que más hechiza, incluso por el subtitulado.–¿Se subtituló? Claro, porque el personaje habla en un dialecto.–Tu personaje está en un permanente estado de zozobra, de asombro.–Bueno, pero es que todavía allí han pasado pocos capítulos. Eso lo conversamos con Juan Campanella, hacer un personaje lo más cerrado posibe, para hacer luego más jugosa su transformación. Cerrado en el sentido en que es un español que no sabe leer ni escribir, un hombre que nunca ha salido de su pueblo, su vida hasta entonces transcurre en su casa y en una mina de carbón. Un hombre que casi no ha visto el sol. El tenía su vida, mal o bien, organizada. El que se quería ir era el hermano, que muere en la mina. Entonces, para que se pueda leer mejor el periplo que hace ese hombre, decidimos darle ese carácter inicial, eso que tú dices, ese asombro. Su hermano le había contagiado su pasión por ese viaje que él estaba planeando, pero este hombre no sabe ni dónde queda ni qué es la Argentina. “Queda allá, a dos horizontes”, le había dicho su hermano. “Mira, tú ves este horizonte aquí, después viene otro más, y allí está la Argentina.” De modo que estáis viendo ahora, en los primeros capítulos, a un hombre que está viajando hacia un lugar del que ignora completamente todo. Eso era atractivo para actuarlo. Ni siquiera sabía hablar bien español.–Y en ese barco comienza a cruzarse con la Babel que sería la Argentina. Porque él no sabía qué era este país, pero este país ya no sería lo mismo después de que él y otros miles como él llegaran...–En ese barco... Dios mío. Ahí se tienen que entender esos seres tan distintos. Polacos, alemanes, franceses... y en el medio él, tan solo.–Es notable la relación que establece con Juliusz, el personaje que hace Pablo Rago.–Hablan, pero no se entienden en un comienzo. Y es fabuloso empezar a contar una amistad como ésa, ya verás, desde el momento en que no se conocen y no se entienden. Mi personaje ni siquiera sabe qué son los judíos, cuando lo conoce a Juliusz le parece extraño que alguien sea judío. Y además de judío es una persona con unos valores extraordinarios.–Con tu padre sí habías trabajado.–Bueno, habíamos hecho algo pequeño en Tango Feroz, y el año pasado hicimos una película. Y no trabajé con él, es como si fueran dos películas paralelas. Pero yo soy él cuando joven. Y eso sí que es extraño.

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